Tenia la costumbre de visitarnos por las mañanas. Llegaba hasta el dormitorio que da a la terraza y desde ahí hacia señas como pidiéndome autorización para entrar a saludarme , yo lo vehía llegar confiada y en silencio . Era puntual y alegre . mientras dormía permanecía a mi lado trataba de hablar conmigo . Pero no le
nacían las palabras . A veces yo comprendía todos sus gestos, el tamborear con la cola, la emoción de sus ojos y hasta los movimientos de sus pequeñas patas.
Pronto empecé a simpatizar con todos los actos de su vida serena, natural y abierta . Se cuando quería y estaba de vuelta cuando menos se lo imaginaba. Nos gustaba mirar la sien de los edificios mas altos ,calcular la edad de los tejados y oír las voces de las campanas de la iglesia
Frecuentemente ella se enteraba. Por mi silencio de mis problemas, de mis emociones mas secretas y de los recuerdos amargos que me hacían daño y a ella conmovían tanto. Un día le dijo a Juan Fernando que
cuando nacieran lo llevaría a su casa. Y desde entonces yo estuve rogando que mi hijo viniera pronto tan solo para que fuera amigo de los hijos de la ardilla.
Hoy llegue de mal genio de la universidad por que no aprobé una materia. Los libros a la esquina del cuarto junto con mis zapatos y la corbata. Le comuniqué a la empleada que no iba a desayunar y que me despertara al medio día .
A los pocos minutos yo dormía profundamente quizás soñando en algún deseo irrealizable, sueño interrumpido por la presencia de la ardilla que hasta la cama su alegría de siempre. Me hizo unas señas raras que no comprendí ni me hicieron gracias. Le dije que regresara otro día. No hizo caso. De inmediato comenzó a golpear acompasadamente en la almohada . y esto aumentó mi mal genio. Volví a insistir, pero no tuve éxito . fue entonces cuando me pareció estúpida su risa y los movimientos de su cola . de un salto ahogue su risa, que se hacia diminuta entre mis dedos.
Luego sentí deseos de hundirle los ojos o arrojarla por la terraza. Y ocurrió lo segundo.
Veinte metros mas abajo, desde el techo de una casa vecina, me seguía llamando a la alegría con la mirada de sus ojos muertos.
JACINTO SANTOS VERDUGA
MANABI - ECUADOR
1967
1967
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