Mira Capitán (porque debo
aclararles que en el tiempo en que yo conocí al Viejo Antonio tenía yo el grado
de Capitán Segundo de Infantería Insurgente, lo que no dejaba de ser un típico
sarcasmo zapatista porque sólo éramos cuatro –desde entonces el Viejo Antonio
me llama "Capitán"), mira Capitán, hubo un tiempo, hace mucho tiempo,
en que nadie miraba...
No es que no tuvieran ojos los
hombres y mujeres que se caminaban estas tierras.
Tenían de por sí, pero no
miraban. Los dioses más grandes, los que nacieron el mundo, los más primeros,
de por sí habían nacido muchas cosas sin dejar mero clarito para qué o por qué
o sea la razón o el trabajo que cada cosa debía de hacer o de tratar de hacer.
Porque de que cada cosa tenía su por qué, pues sí, porque los dioses que
nacieron el mundo, los más primeros, de por sí eran los más grandes y ellos sí
se sabían bien para qué o por qué cada cosa, eran dioses pues.
Pero resulta que estos dioses
primeros no muy se preocupaban de lo que hacían, todo lo hacían como fiesta,
como juego, como baile. De por sí cuentan los más viejos de los viejos que,
cuando los primeros dioses se reunían, seguro tenía que haber una su marimba,
porque seguro que al final de sus asambleas se venían la cantadera y la
bailadera. Es más, dicen que si la marimba no estaba a la mano, pues nomás no
había asamblea y ahí se estaban los dioses, rascándose nomás la barriga,
contando chistes y haciéndose travesuras.
Bueno, el caso es que los dioses
primeros, los más grandes, nacieron el mundo, pero no dejaron claro el para qué
o el por qué de cada cosa. Y una de estas cosas eran los ojos.
¿Acaso habían dejado dicho los
dioses que los ojos eran para mirar? No pues.
Y entonces ahí se andaban los
primeros hombres y mujeres que acá se caminaron, a los tumbos, dándose golpes y
caídas, chocándose entre ellos y agarrando cosas que no querían y dejando de
tomar cosas que sí querían. Así como de por sí hace mucha gente ahora, que toma
lo que no quiere y le hace daño, y deja de agarrar lo que necesita y la hace
mejor, que anda tropezándose y chocando unos con otros.
O sea que los hombres y mujeres
primeros sí tenían unos sus ojos, sí pues, pero no miraban. Y muchos y muy
variados eran los tipos de ojos que tenían los más primeros hombres y mujeres.
Los había de todos los colores y de todos los tamaños, los había de diferentes
formas. Había ojos redondos, rasgados, ovalados, chicos, grandes, medianos,
negros, azules, amarillos, verdes, marrones, rojos y blancos. Sí, muchos ojos,
dos en cada hombre y mujer primeros, pero nada que miraban.
Y así se hubiera seguido todo hasta nuestros
días si no es porque una vez pasó algo. Resulta que estaban los dioses
primeros, los que nacieron el mundo, los más grandes, haciendo una su bailadera
porque agosto era, pues, mes de memoria y de mañana, cuando unos hombres y
mujeres que no miraban se fueron a dar a donde estaban los dioses en su
fiestadero y ahí nomás se chocaron con los dioses y unos fueron a dar contra la
marimba y la tumbaron y entonces la fiesta se hizo puro borlote y se paró la
música y se paró la cantadera y pues también la bailadera se
detuvo y gran relajo se hizo y los dioses primeros de un lado a otro tratando
de ver por qué se detuvo la fiesta y los hombres y mujeres que no miraban se
seguían tropezando y chocando entre ellos y con los dioses. Y así se pasaron un
buen rato, entre choques, caídas, mentadas y maldiciones.
Ya por fin al rato como que se
dieron cuenta los dioses más grandes que todo el desbarajuste se había hecho
cuando llegaron esos hombres y mujeres. Y entonces los juntaron y les hablaron
y les preguntaron si acaso no miraban por dónde caminaban. Y entonces los
hombres y mujeres más primeros no se miraron porque de por sí no miraban, pero
preguntaron qué cosa es "mirar". Y entonces los dioses que nacieron
el mundo se dieron cuenta de que no les habían dejado claro para qué servían los
ojos, o sea cuál era su razón de ser, su por qué y su para qué de los ojos. Y
ya les explicaron los dioses más grandes a los hombres y mujeres primeros qué
cosa era mirar, y los enseñaron a mirar.
Así aprendieron estos hombres y
mujeres que se puede mirar al otro, saber que es y que está y que es otro y así
no chocar con él, ni pegarlo, ni pasarle encima, ni tropezarlo.
Supieron también que se puede
mirar adentro del otro y ver lo que siente su corazón.
Porque no siempre el corazón se
habla con las palabras que nacen los labios.
Muchas veces habla el corazón con
la piel, con la mirada o con pasos se habla.
También aprendieron a mirar a
quien mira mirándose, que son aquellos que se buscan a sí mismos en las miradas
de otros.
Y supieron mirar a los otros que
los miran mirar. Y todas las miradas aprendieron
los primeros hombres y mujeres. Y la más importante que aprendieron es la
mirada que se mira a sí misma y se sabe y se conoce, la mirada que se mira a sí
misma mirando y mirándose, que mira caminos y mira mañanas que no se han nacido
todavía, caminos aún por andarse y madrugadas por parirse.
Escrito por el Subcomandante Marcos
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