viernes, 27 de enero de 2012

100 años de la hoguera barbara ...



Sobre este negro capítulo de nuestra historia, Alfredo Pareja escribió un extenso y perfectamente documentado relato denominado “La Hoguera Bárbara” en el que se pone al descubierto la verdad sobre ese brutal magnicidio.

Vamos a transcribir los momentos culminantes de la inmolación de Alfaro y sus Generales, crimen en el que estuvo involucrado directamente el general Leonidas Plaza Gutiérrez, con la complicidad de “notables” como el Arzobispo Gonzáles Suárez, el que, como Jefe de la Iglesia Ecuatoriana, con su sola presencia, pudo haber evitado la masacre. .


El coronel Carlos Andrade, que acompañó a Eloy Alfaro en su viaje final desde Guayaquil, narra así la llegada a Quito: “Al amanecer, después de una noche horriblemente fría, llegamos a Tambillo.
El Gobierno ordenaba el avance a Quito…La tropa del ‘Marañón’ nos inspiraba serios temores, y era imposible demorar en Tambillo, ni retroceder, razón por la cual el coronel Sierra recibió autorización para continuar… Ya en el tren, el general don Eloy llamó al citado coronel y a mí y nos dijo textualmente: “A mí me gusta preverlo todo: entiendo que en la estación de Chimbacalle (Quito) nos espera una poblada, y yo quisiera que ustedes enviaran adelante una comisión para que se entienda con la multitud, manifestando que me resigno a ir al panóptico, a esperar el resultado de un juicio, o lo que sea. Si acaso no convienen, que me permitan hablarles, y les convenceré de que estoy resuelto a irme al panóptico, y en último caso les diré que me perdonen.

No quiero que me vengan a agarrar de las orejas o de la barba, ni ser ultrajado de cualquier otro modo”.

Alfredo Pareja sigue la narración de este modo: “Empezó la procesión. Piedras curvando el aire lleno de insultos. Una tocó la mejilla de Páez. Disparos de fusil. Don Eloy advirtió la palidez de sus camaradas. Medardo, medio paralítico, tenía un temblor extraño. -¿Tiene miedo a la muerte?- preguntó despacito Don Eloy- Ningún Alfaro ha temido nunca al peligro. Sigamos al sacrificio. Frente a frente, la fortaleza de piedra. Descendieron del automóvil. Don Eloy, arrastrando los pies, dificultado en su marcha por los anchos escalones, tropezó y cayó. Le dieron el brazo y siguió trepando.-

Se cerraron luego las puertas del panóptico. El coronel Sierra se dirigió a la multitud: “-Yo ya cumplí con mi deber. Y aquel soldado oscuro se marchó” “Cómo obró el notable historiador y prelado, Federico González Suárez, arzobispo de Quito? Simplemente, por no desoír las solicitudes de doña Colombia y del General Plaza (una del general Andrade nunca llegó a su destino), hizo circular ese pavoroso 28 de enero una candorosa y pequeña hoja suelta con el título de SUPLICA: “Ruego y suplico encarecidamente a todos los moradores de esta católica ciudad, que se abstengan de hacer con los presos demostración alguna hostil: condúzcanse para con ellos con sentimiento de caridad cristiana. Lo ruego, lo suplico, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. Bien poco era, por cierto, para quien mucho hubiera podido en población tan religiosa como era entonces la de la ciudad capital. ¿Temió el ilustre prelado a la multitud y a las maniobras del gobierno? He aquí la respuesta al general Leonidas Plaza: “Ayer a las siete de la mañana, recibí su telegrama. Estaba escribiendo la constatación cuando aconteció la acometida del pueblo al panóptico: así que los presos entraron al panóptico creí que se había salvado la vida de ellos. No es posible que usted pueda siquiera imaginar la escena de ayer; lo menos cinco mil personas, a quienes nadie podía contener. La fuerza militar fue arrollada”.-

“En salvo. Era increíble. Don Eloy se estaba llenado de paz interior. ¿Qué le importaba ya el poder? Vivir, si, un poco más, para ver a los hijos y dar consuelo a doña Anita. Cuanto silencio en la piedra. El frío le entró a los huesos. Apoyado contra el muro, se frotó las manos, dio vuelta a la cabeza y luego llamó: quería un cajoncito para sentarse”.
“De repente, como un estallido, gritos y carreras surcaron por los corredores. Las escaleras de hierro sonaron enmohecidas. Tiros de fusil se ahogaron entre las paredes grises. Don Eloy no lo quiso creer. Corrían, se empujaban, ola en furia, reventazón en los acantilados… ¡No! No lo creía. Se acercaban. ¿A qué? No distinguía palabras; eran nudos de garganta desatados los que trepaban a su celda. Y así estaba, recogido, los nervios finos por saber, cuando su puerta se abrió de un golpe. El se incorporó tieso y veraz:

- ¡Silencio! ¿Qué quieren de mí? –

Un tiro en la cabeza le hizo caer suavemente, como un desvanecer de piel y huesos. Sus brazos delgados se posaron en el pequeño cajón de madera y allí, sin una seña, reposó. Era la primera y última herida que recibía el Viejo Luchador en más de cuatro decenas de constantes batallas”.

La masacre acaecida en Quito el 28 de enero de 1912, en la que murieron combatientes liberales radicales (el hermano de Alfaro, Medardo, su sobrino Flavio, Luciano Coral, Ulpiano Páez, Manuel Serrano y Belisario Torres), comandados por el general Eloy Alfaro Delgado, es uno de los acontecimientos más relevantes de la historia del Ecuador contemporáneo.

"El cadáver, entonces, fue abandonado en las calles, descuartizado y por fin quemado en una plaza"


Fragmento de la crónica hecha por Cristobal Gangotena y Jijón en enero de 1912, sobre el "Arrastre de Alfaro y sus Lugartenientes"




Cobarde y artero fue el asesinato de Eloy Alfaro y su grupo acompañante, y como que allí comenzó la infamia de una centuria: No menos grave resulta que la historia administrada por los poderes fácticos con una concurrencia concupiscente de la ultraderecha curuchupa, la prensa oligárquica corrupta y los politiqueros, haya mantenido oculta una serie de circunstancias que agudizaron al más espantoso y sádico crimen político ocurrido en el Ecuador.

Las autoridades de turno, enredadas en el complot criminal, apresaron a las víctimas, las trasladaron a Quito al Penal Gracia Moreno, facilitaron la entrada de los asesinos al panóptico y no hicieron absolutamente nada para impedir la masacre que estaba previamente planificada.

Los desertores, traidores, contrarrevolucionarios, con Leonidas Plaza a la cabeza, que se llamaban liberales pero odiaban a Alfaro, y conspiraban, heridos por la afectación de los cambios, fueron parte de la conjura.

Mientras tanto, cierta clerecía fanática desde los púlpitos envenenaba a los feligreses vociferando contra el proceso impulsado por el General Alfaro y sus seguidores, acusándolos de ser verdaderos demonios, envenenados revanchistas, amargados por la implantación del laicismo en la educación, la opción del divorcio conyugal, la separación de la iglesia del Estado, entre otros cambios radicales.

Y, por otro lado, desde entonces la inefable prensa comercial, específicamente el diario “El Comercio” de Quito, promocionando el odio rabioso, mintiendo, calumniando, difamando el Jefe liberal, para luego de la Hoguera Bárbara que ellos ayudaron a encender, aparecer durante estos 100 años como dolidos por el magnicidio.

Durante 100 años los verdaderos responsables mantuvieron la peor y mas infame de las mentiras: aquella de que fue el pueblo de Quito, el mismo del levantamiento del 10 de Agosto y combatientes del 24 de Mayo, el que asesinó, arrastró y quemó los cuerpos de las víctimas: La infamia mayor es haber ocultado a los verdaderos promotores, en calidad de autores intelectuales del crimen colectivo, y endilgárselo falsamente “al pueblo de Quito”.

Desde entonces, el pensamiento de izquierda es el que empieza a rescatar la imagen combativa y revolucionaria de Alfaro y es Alfredo Pareja Diezcanseco, del grupo de escritores Guayaquil, cercanos al marxismo, el que bautiza con el nombre de “La Hoguera Bárbara” la culminación del asesinato del General, eterno insurgente, con estirpe de luchador sin claudicaciones ni retrocesos.

Tenía que llegar un gobierno con inspiración revolucionaria para que empiece a salir a luz la verdad.

El Primer Mandatario Rafael Correa dijo que el asesinato de Alfaro terminó en impunidad porque esa siempre ha sido la práctica en Ecuador de los grupos de poder y cierta prensa, tal como quieren hacer con los hechos del pasado 30 de septiembre de 2010.

“Aprendamos quiénes fueron los asesinos de Alfaro, la historia se repite en nuestra Revolución con la misma practica: periodicazos, etc, revisen qué decía la prensa de Alfaro: traidor, corrupto, nos ha cargado impuesto, divide a la patria, atentó contra las libertades públicas, revisen qué hacían los sectores más conservadores, la iglesia y los grupos de poder, como usaron al pueblo de Quito para asesinar a Alfaro y después decir que el pueblo de Quito fue el responsable, (no) los culpables del asesinato de Alfaro fueron la prensa corrupta, los sectores eclesiásticos, ciertos grupos de poder, los mismos grupos que hoy tratan de asesinar a la Revolución Ciudadana”.


Fuentes: 
http://cachitovera.blogspot.com/

http://www.comunidadandina.org/bda/docs/CAN-CA-0003.pdf
http://www.comunidadandina.org/BDA/docs/CAN-CA-0004.pdf