domingo, 8 de abril de 2012

LA ARDILLA




Tenia la costumbre de visitarnos  por las mañanas. Llegaba  hasta el dormitorio  que da a la terraza  y desde  ahí  hacia  señas como pidiéndome  autorización  para entrar  a saludarme , yo  lo vehía llegar confiada  y en silencio . Era puntual  y alegre . mientras dormía  permanecía  a mi lado trataba de  hablar conmigo . Pero no le 
nacían las palabras . A veces yo comprendía   todos sus gestos, el tamborear con la cola, la emoción  de sus ojos y hasta los movimientos de sus pequeñas patas.

Pronto empecé a simpatizar con todos los actos de su vida  serena, natural  y  abierta . Se cuando quería  y estaba  de vuelta  cuando  menos se lo imaginaba.  Nos  gustaba  mirar la sien de los edificios mas altos  ,calcular  la edad  de los tejados y oír  las voces de las campanas de la iglesia  

Frecuentemente ella se enteraba. Por mi silencio   de mis  problemas, de mis emociones mas secretas  y de los recuerdos amargos que me hacían daño  y a ella conmovían tanto. Un día le dijo a Juan Fernando que 
cuando nacieran lo llevaría a su casa. Y desde entonces  yo  estuve rogando que mi hijo  viniera pronto tan solo  para que fuera amigo de los hijos de la ardilla.

Hoy llegue de mal genio de la universidad por que no aprobé una materia. Los libros a la esquina del cuarto junto con mis zapatos  y la corbata. Le comuniqué  a la empleada que no iba a desayunar  y que me despertara al medio día .

A los pocos minutos yo dormía profundamente quizás soñando en algún deseo irrealizable, sueño interrumpido por la presencia  de la ardilla  que  hasta  la cama  su  alegría de siempre.   Me hizo unas señas raras que no comprendí ni me hicieron gracias. Le dije  que  regresara  otro día. No  hizo caso. De inmediato comenzó a golpear acompasadamente  en la almohada  . y esto  aumentó mi mal genio. Volví a insistir, pero no tuve éxito . fue entonces cuando me pareció estúpida  su risa   y  los movimientos de su cola . de un salto ahogue  su risa, que se hacia diminuta  entre mis dedos. 

Luego sentí deseos de hundirle los ojos o arrojarla por la terraza. Y ocurrió  lo segundo.

Veinte metros mas abajo, desde el techo de una casa vecina, me seguía llamando a la alegría con la mirada de sus ojos muertos.




JACINTO SANTOS VERDUGA
MANABI - ECUADOR
1967